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En el Trono de Hierro [Libre]

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Mensaje por Aerion Vhalissar Dom 26 Feb - 18:28


En el Trono de Hierro

Desembarco del Rey.



Libre — Tierras de la Corona — Dia IX, Mes I, Del Año 282.



Día IX, Mes I del Año 282
Tierras de la Corona - Desembarco del Rey


Volvía a descender el día, y en la compañía del camino reinaba el silencio, un silencio triple.

Silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban decir pero que bien se conocían entre los presentes. Aquel no era un viaje de placer, y mucho menos lo seria entrar en aquellas tierras. Si hubiera soplado el viento, este habría suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de una posada del camino en sus ganchos y habría arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las hojas caídas en otoño. Si hubiera habido gente en los caminos, aunque solo fuera un puñado de paisanos, ellos habrían llenado el silencio con sus conversaciones pasajeras y sus risas, y con el barullo y el tintineo propios como la de una taberna a altas horas de la noche. Si hubiera habido música... pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.

En la unión del senda hueso con el camino de las rosas, pasando el bosque real, llegaban a cruzar los puentes del rio de aguas negras, la comitiva Volantina. En ella, nadie esperaba tener que abrir de más la boca, de suficiente era conocido, aun del otro lado del mar angosto, la retorcida mente de aquel hombre que gobernaba poniente. Los hombres en su escolta, se apiñaban a los extremos de cada carruaje o concejal, marchaban o montaban con tranquila determinación, evitando discusiones serias sobre noticias perturbadoras y por demás sabidas de lo que sucedía al lugar al que se dirigían. Sus presencias añadían otro silencio, pequeño y sombrío, al otro silencio, hueco y mayor. Era una especie de aleación, un contrapunto.

Una vez arribando a las cercanías de aquellos muros se presentaba el tercer silencio, este no era fácil de reconocerlo, si pasabas horas en aquella caravana quizás podrías reconocerlo en el galope silenciado de cada penco y palafrén en el basto césped verde y húmedo como la tierra convertida en lodo, pocas leguas a distancia de una de las siete entradas a aquel reino. En el ir y venir de las banderas en sus estandartes, en el golpes del acero de una funda contra una armadura o asiento de montura. En su mayor de la montura de aquel hombre en frente de la comitiva, escrutando la vista desde su ventaja en aquel ambiente anaranjado de un sol sobrepuesto en la distancia del mar.
El hombre tenía el pelo de oro batido como plata. Sus ojos eran cálidos y enfocados y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
La compañía, como también la idea de ir allí, eran propiamente suyas, como también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.

Desde la puerta del rey, la comitiva fue retenida por breves momentos, como seria de esperado de guardias alertados ante tal comitiva. En donde hombres de gruesos exteriores, yelmos, hierro y estandartes harían notar la presencia entre carruajes.
A rauda entrega, otro guardia admitió la entrada al reino de los dragones. Con previsto anuncio, la comitiva ya era esperada desde el momento en que sus barcos habían atracado en otras tierras, tiempo atrás. Y no por otra fuente más que las propias al anunciarse presentes en aquel conflictivo continente.

El silencio ahora se veía obstruido por miradas, las miradas de aquellos transeúntes del camino que aguardaban la entrada o se destinaban a alejarse de los muros de la ciudad, mientras aguardaban a las puertas de abrirse completamente para darle entrada a los volantinos.

Días atrás, el viejo hombre que encabezaba y representaba el grupo, había pedido un favor de su más reciente adición.  En su marcha, prefería la presencia de aquella joven dama del norte, a quien muy de vez en cuando, retenía con sus cuentos de experiencias pasadas en la marcha por el senda hueso. Su petición consistió de la presencia de aquella dama en la corte.  Pero la pregunta que seguro surgirían de cualquier oído que escuchara aquella conversación serian; ¿Por qué? y ¿Como podría presentarse ante el rey?.  No era de más decir que sería una locura, hasta se alojaría la idea o sospecha de que aquellos dos viejos, Aerion y Aerys, compartirían una misma mente insana.
Aunque a respuesta de ello vino del viejo a ser nada más que aquello por lo que muchas veces rectifica y hace crecer a sus propios hijos.

'' Quiero que presencies la verdad con tus ojos, veras la locura en forma física y descripta como rey. Veras que mis palabras son reales sobre lo que dije de tu amante. La procedencia de su profunda locura, pero más aun todavía, a la locura que te rebajaste al escaparte con él. ''

La dama seria transformada en guardia. Su vestido debajo de su capa oscura seria ahora una armadura, sus botas de cuero, de hierro y su tez blanca como la nieve y ojos gélidos y hermosos como su oscura melena, ocultos bajo un yelmo, para ser nuevamente un caballero desconocido.

Una vez dentro de las inmediaciones de Desembarco del Rey, la gente comenzaba a congregarse, cada manzana, aparecían más y más, las masas parecían de alguna forma alegres y festejaban la llegada de aquellos extranjeros. De alguna extraña manera, el silencio triple fue desterrado por una apabullante y coreada multitud que vitoreaba la llegada de los nuevos soberanos de las antiguas tierras de la discordia.

En los grandes pasos de la llegada a los escalones que llevaban entre aquellas angostas calles por el gentío y el mercado barrial, a la entrada del gran fuerte rojo, era obvio que comenzaban a presentarse los estandartes del dragón de tres cabezas, aunque entre aquellos hombres que las escoltaban al final del corredor de alas de dragones en banderas no se presentaba la cabeza del dragón.

Como era de costumbre el rey no se presentaría a la llegada del rey de otras tierras. No abandonaría la seguridad de su castillo o en su mente, podrían atentar contra su vida.
Aerion, en su normal expresión fruncida y seria, se reclinaba a su derecha para acercar su voz al yelmo de su acompañante.

'' Aquí es donde empieza la locura, veras que solo encontraremos al rey, sentado en su trono y en ningún otro lugar por temor hasta de posibles aliados en una guerra que comenzó. ''

Los hombres desmontaron y de los carros descendieron la estirpe de Vhalissar. Acercándose hasta aquellos que los recibían de buena manera para encaminarlos hasta la gran sala del Trono de hierro.






Aerion Vhalissar
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